Nueva cultura social

Guillermo Robles Ramírez
Por Guillermo Robles Ramírez

Hay historiadores que consideran como la primera escritura del hombre son las pinturas rupestres, aquellas hechas dentro de las cavernas para poder relatar sus hechos importantes, como un medio de comunicación.

En la actualidad el hombre continúa haciendo pinturas como medio de expresión, aunque muchos de estos no son aceptados ni socialmente o por las autoridades.

El grafitti o gráfico se ha convertido en un medio de expresión de los jóvenes que en el mismo pretenden marcar territorios de pandillas, que señalar a su entender los sitios de distribución de drogas y todo tipo de alcaloides o simplemente llamar la atención y pintar por pintar.

Otros, ven esta misma manera de plasmar signos, imágenes o palabras como un arte, pero éstos se les reduce más el espacio de expresión a diferencia de los vándalos que no tienen que pedir permiso y cualquier barda es idónea para hacerse notar.

En ocasiones resulta un acto de desafío de valentía, ingenio, creatividad o inclusive de atrevimiento para buscar los mejores lugares sin importarles su propia integridad, y resultando muy común verlos en lugares como espectaculares que dejan poco a la imaginación para la ciudadanía de cómo le hicieron para subirse hasta tal panorámico o edificio para dejar como quien dice su marca o insignia que los distingue entre los demás.

Los hay quienes piensan equivocadamente ser creativos o graciosos pintando monumentos de nuestros héroes patrios, ciudadanos homenajeados por su causa o contribución ante la sociedad, o en edificios que forman parte y que se conserva como inmueble histórico de la ciudad.

En la realidad este fenómeno constituye un delito, el que se tipifica como daños en propiedad ajena, sin embargo, no es denunciado aún por los ciudadanos posiblemente desalentados por vivir en un país donde la denuncia muy rara vez llega al final de su procedimiento y también por sus largos trámites o paupérrimos resultados para hacerse cumplir porque al final de cuentas no se benefician en nada como un modus vivendi recaudatorio.

Las penalidades alcanzan una sentencia de un mes hasta tres años, cuando la agresión es a domicilios, bodegas, o establecimientos comerciales y se amplía hasta seis años de prisión cuando se atenta contra edificios del patrimonio histórico o sitios que sean considerados por la autoridad competente como parte del acervo cultural de la entidad.

La condena se duplica cuando la ley comprueba que el daño a estos inmuebles es imposible de reparar.

Aun así, que se encuentra tipificado como delito el grafiti no existe denuncias en la Procuraduría General de Justicia en el Estado. Para la autoridad sintetiza de manera muy sencilla la renuencia a denunciar como delito el grafiti en los domicilios particulares e incluso en vehículos se debe al desconocimiento de la misma ley.

Aunque también atribuye a los convenios entre las partes afectadas y agresores, de tal forma que no se sienta precedente, ni se establece expediente alguno por esa situación.

Sobre el delito derivado del grafiti no se ha ampliado procesos legales por la falta de una cultura de la denuncia, es muy importante que los comerciantes afectados o los domicilios agredidos por pintas se sujeten a la disposición que les ofrece la ley.

Aunque para muchos es molesto tener una barda rayada la mayoría de las veces prefieren cerrar los ojos o volverlo a pintar por temor a ser víctima del pandillerismo quienes no tienen respeto para usar las paredes de los hogares como pizarrón.

Este fenómeno o problema social cada vez es más común que empieza a formar como parte de la cultura de nuestro país o cuando menos los cada vez más pocos turistas que visitan al país empiezan a visualizarlo de esta manera como una forma de cultura social. (Premio Estatal de Periodismo 2011 y 2013) www.intersip.org

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